Cine y Fellini - El síntoma y la ilusión estética

En una época cinematográfica en la que los espacios híper-reales se erigen como los nuevos “lugares de moda”, el cine de Federico Fellini retoma, extrañamente, un nuevo significado. Pues aunque en su propuesta cinematográfica recurre a los montajes teatrales, a los simulacros, y a la constante exaltación de “realidades paralelas”, la realidad humana no deja nunca de conservar su lugar en el mundo a partir de la magia, el secreto y la seducción. Así, partiendo de la postura que el filósofo francés Jean Baudrillard toma precisamente frente a la ilusión y la desilusión estéticas presentes en la creación moderna, el cine de Fellini se erige, desde el presente cinematográfico, como una réplica al simulacro híper-real que ya no seduce, que ya no... Ver más

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2011-10-21

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Descripción
Sumario:En una época cinematográfica en la que los espacios híper-reales se erigen como los nuevos “lugares de moda”, el cine de Federico Fellini retoma, extrañamente, un nuevo significado. Pues aunque en su propuesta cinematográfica recurre a los montajes teatrales, a los simulacros, y a la constante exaltación de “realidades paralelas”, la realidad humana no deja nunca de conservar su lugar en el mundo a partir de la magia, el secreto y la seducción. Así, partiendo de la postura que el filósofo francés Jean Baudrillard toma precisamente frente a la ilusión y la desilusión estéticas presentes en la creación moderna, el cine de Fellini se erige, desde el presente cinematográfico, como una réplica al simulacro híper-real que ya no seduce, que ya no ilusiona, que ya no es, o no quiere ni necesita ser, “creador de secretos”. Pues aunque en un momento dado, la pequeña Gelsomina de La strada (1954) Marcello, el periodista incomprendido de La Dolce Vita (1960) y en general, los personajes de filmes como Ocho y medio (1963) Las Noches de Cabiria (1957), Giulietta de los espíritus (1965) y La ciudad de las mujeres (1980), se hallan en medio de ficciones y simulacros, Fellini siempre conserva para ellos y para el deleite eterno del espectador, una región inaccesible, una zona siempre oculta e inalcanzable donde la realidad sabe esconder de forma mágica, la duda, la sospecha, la esperanza y el deseo. Así, lejos de conducirnos simplemente a una reflexión nostálgica sobre el pasado teatral del cine, la obra cinematográfica de Federico Fellini, vista a las luces del cine híper-real del siglo veintiuno, vuelve a convertirse en una luz, en una guía, en un modelo que vuelve a renovarse, y que actualiza lineamientos fundamentales sobre cómo recurrir al simulacro y al montaje sin tener que obligar al espectador a que “se escape”, obstinadamente y porque sí, hacia la perfección de otros mundos donde le es negado lo más preciado de su naturaleza: la reflexión sobre su imperfección.